miércoles, 20 de febrero de 2013

LA VÍSPERA DEL PRIMER SALTO

-¿Qué demonios hago aquí? –susurraba preocupado un recluta sin pegar ojo.

Mañana iba a efectuar su primer salto en paracaídas desde el viejo Junkers 52 . No hacía más que dar vueltas en lo alto del catre. Lo hacía con cautela, no quería despertar al compañero de litera. Sin embargo, no era el único. Los veinte mozalbetes aspirantes a ser paracaidistas del glorioso Ejército Español estaban en la misma situación: ¡ninguno podía conciliar el sueño.Las literas, de vez en cuando, crujían quejosamente ante el movimiento nervioso del algún alterado muchacho. Esporádicamente se podía oír algún suspiro acompañado de alguna frase ininteligible.

-¡Chacho…! ¡Qué dices…! –preguntó uno con voz contenida para no ser oído por los demás.

-¡No sé qué coño hago aquí…! –se quejó amargamente-. No me hace ninguna falta saltar de ningún avión.

Y era cierto.

¿Por qué pasar miedo gratuitamente?

-¡Silencio, coño…! –se oyó gritar desde el fondo del barracón.

Fue un Cabo 1º el que soltó el vozarrón. A los novatos se les erizó el vello. Los Cabos primeros eran la sombra de los soldaditos, eran temidos por la tropa. Aparentaban ser más que Generales porque tenían el poder y la inmediatez para ordenar y hacer lo que les viniera en gana en ese instante.

Tras el grito del Cabo 1º se oyó un murmullo. De pronto apareció el 1º con un cinto en la mano, dejando ver su dorada hebilla.

-¡Mañana comeremos carne tierna! –los atemorizó-.  ¡A dormir! ¡No quiero carne meada…!

Repentinamente, en un rincón se oyó un gimoteo. Suficiente para haber llamado la atención del Cabo 1º.

-¡Tú!... el de la esquina! –vociferó-. ¡ven! ¡a la voz de ya!

El tembloroso aspirante a paracaidista salió con los calzoncillos mojados entre sollozos.

-¡A llorar a la ducha…! –ordenó señalando el cuarto de aseo.

En menos que canta un gallo, ya estaban presentes cinco Cabos Primeros. Entre ellos se miraban socarronamente, querían marcha.

-¡Todos contra la pared y de rodillas! –gritó uno.

Los asustadizos soldaditos obedecieron sin rechistar. Sus caras eran todo un poema trágico.

-¡A la voz de ‘ar’ empiecen con un Padrenuestro! ¡Así irán directamente al cielo…! –añadió otro Cabo 1º con acento andaluz.

Y todos los reclutas comenzaron entre temblores y miedos con “el padrenuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…”, habiéndose convertido en el hazmerreír de los veteranos, que observaban a distancia sin dejarse ver, no vaya a ser que a algún Cabo 1º se le crucen los cables y ponga a algún veterano a rezar con los reclutas. 

Casi todos los reclutas ya tenían mote: ‘el llorón’, ‘el cagón’, ‘el vasco’, ‘el lagartu’, ‘el chupacandaos’, ‘el intelectual’, etc., etc.

Pero había uno, que entre ‘padrenuestros’, no hacía más que pensar en su situación. “Ojalá mañana me mate” decía para sí. “No quiero vivir un segundo más”. Era ‘el despechao’; no habían tardado en ponerle apodo los veteranos. 

 

Y realmente era un despechado; no hacía más que cacarear su sufrir entre los compañeros de mili. “Mi novia me ha dejao” se lamentaba entre suspiros. Y no era para menos. Se había liado con el cura del pueblo; todo un escándalo. Además se lamentaba de que él era el culpable, porque  la obligaba a confesarse todos los días…decía que había cometido actos impuros.

Resulta que cuando visitaba a su novia, mientras su madre hacía molde, ella lo masturbaba al calor de la mesa camilla. “Ya sabes, mañana tienes que confesarte…no está bien lo que hacemos” le amonestaba. Y como el joven lascivo la visitaba todos los días, pues todos los días iba la novia a confesarse; y lo único que consiguió fue encender al curita; y pasó lo que pasó.

Del ‘lagartu’ mejor ni hablar. Procedía de una aldea gallega sin electricidad ni agua, donde a la luz de la luna se hacían conjuros para protegerse de las meigas. “Para mi estu es un palacio” decía. ‘El cagón’ se cagaba cuando se aproximaba algún Cabo 1º. No podía remediarlo, les tenía pánico después de una hostia que le dieron por detrás en las orejas de soplillo. Allí iban todos los manotazos.

 Si alguien daba miedo, ese era ‘el vasco’. Un hombretón venido de los bosques, cuyo oficio era leñador; y en sus ratos de ocio era levantador de piedras. Varias semanas estuvo sin uniforme, no le cabían. Una mano del ‘vasco’ era como la cabeza del ‘chupacandaos’, llamado así por la forma alargada se su cabeza y la lengua siempre afuera.

Cuando los reclutas llevaban rezando más treinta padrenuestros, los Cabos 1º  poco a poco se fueron aburriendo y empezaron a marcharse hasta desaparecer, si bien antes se divirtieron de lo lindo. Les hicieron hacer ‘el avión’, ‘el salto al tigre’, ‘quién la tiene más larga´, tirarse pedos y flamearlos con un mechero, lavarse los genitales con pasta dentrífrica, etc.…

Lo más entretenido fue el combate de boxeo; ‘el vasco’ dejó una pila de cuerpos amontonados semiconscientes…


PRÓXIMA ENTREGA: EN LA PISTA DE EMBARQUE
            

1 comentario:

  1. Compañero: Efectivamente todos nos hemos echo esa pregunta de: ¿Que cojones hago yo aquì?.
    Y si alguin no la hizo estoy seguro de que lo pensó.
    Estupendo que se recuerden todas estas andanzas y vivencias.
    Saludos.

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